Constelaciones de invierno


Constelación de Orion
Las noches de invierno tienen una ventaja (a pesar del frío): son las más prolongadas del año. El astrónomo puede comenzar  su trabajo antes de cenar, y no ha de madrugar en exceso para encontrarse todavía con la noche cerrada. Y si bien es cierto que la nubosidad invernal es frecuente en casi todas las comarcas más continentales, poseen una transparencia incomparable, como no es posible encontrar en el resto del año.
Los aficionados a la Astronomía de uno y otro hemisferio nos hemos acostumbrado a relacionar las Navidades y el Año Nuevo con Orión y sus Perros, el Toro con las Pléyades, o el deslumbrante Sirio, la estrella más luminosa del cielo. El conjunto es realmente soberbio. Y, como ya hemos comentado, si en el verano boreal desfrutábamos de la vista de cuatro estrellas de primera magnitud, en la primavera tres, y en el otoño una sola, en invierno tenemos en nuestras latitudes nada menos que ocho: Aldebarán, Capella, Póllux, Cástor, Betelgeuse, Rigel, Proción y Sirio. Ello sin contar con Achernar y Canopus, ambas extraordinarias, que son ya visibles desde las Canarias o desde México.
Esta riqueza excepcional del cielo de diciembre-febrero no se debe a ninguna casualidad . Pasa de nuevo ante nosotros la cinta galáctica, esta vez en la zona opuesta a aquella que hemos contemplado en julio-septiembre; y si bien este otro tramo es menos rico en densidad estelar media, ofrece en cambio un gran número de bellísimos objetos. Una de las grandes sospresas del aficionado novel consiste precisamente en encontrar, allí donde apenas se divisa la Vía Láctea, los cúmulos más espléndidos y las más sorprendentes Galaxia (el llamado Cinturón de Gould) atraviesa la región occidental de la cinta galáctica, por Tauro, Orión y el Can Mayor, proporcionándonos los objetos más hermosos del cielo entero.
Constelación de Geminis
Sin duda la constelación más famosa del firmamento, después de la Osa Mayor, sea Orión, ese magnifico trapecio que brilla hacia el Sur, a media altura entre el cénit y el horizonte, ofreciéndonos dos estrellas de primera magnitud: la roja Betelgeuse en el ángulo NE., y la azulada Rigel en el ángulo SW. Pero quizá más aún que estas dos estrellas, han alcanzado una plena popularidad las tres que constituyen el cinturón central en perfecta alineación: Zeta, Epsilon y Delta, brillantes entre las de segunda magnitud. Aparecen tan cercanas una de otra, y tan alineadas, y tan igualadas en brillo, que todo el mundo las conoce, y les ha dado un nombre común, las Tres Marías, los Tres reyes Magos, etc. Prolongando la alineación de estas tres mellizas hacia el SE., vamos a dar, con Sirio, la estrella más vrillante del cielo. Y prolongándola hacia el NW.,  nos encontramos con Aldebarán, la anaranjada Alfa de Tauro, rodeada de docenas de menudas estrellas, que constituyen el cúmulo estelar más extenso del cielo, Las Híades, y poco más allá, hacia el NWN., nos llama la atención un grupito de estrellas en que todo el mundo se ha fijado alguna vez en la vida, hasta el punto de que las Pléyades son, todavía más que Orión, la Osa Mayor, Las Tres Marías o la Cruz del Sur, el asterismo que mayor curiosidad despierta en el profano.
Al N. de Orión, se elevan majestuosamente las esplendideces de Perseo y el Cochero, con la deslumbrante Capella, una de la más estrellas más brillantes del cielo; y al Nordeste, prolongando vez y media la línea Rigel-Betelgeuse,  encontramos los Gemelos, Póllux y Cástor, las dos estrellas de primera magnitud. Y al Este de Orión brilla otra magnifica estrella, Proción, Alfa del Can Menor, presidiendo una zona visualmente anodina, y telescópicamente extraordinaria.

Notas tomadas del libro Guía del Firmamento de José Luis Comellas.